ALIENTO

Ideas. Revista de filosofía moderna y contemporánea 2020. Dossier Feminismos.

De la boca abierta del escultor –una boca/vulva– nace una pequeña escultura, la diosa, representación arquetípica de la fertilidad, la abundancia. La capacidad generadora de vida. Así se crea el pensamiento circular y de superposición entre arte y vida, creador (o creadora) y criatura. El gesto del creador o de la creadora no es moldear la materia, sino insuflar el aliento que da vida al arte. 

Texto sobre O escultor e a deusa, obra escultórica de Ernesto Neto (Rio de Janeiro, 1964), expuesta en la muestra “Soplo”, curada por Valeria Piccoli y Jochen Volz, en el Malba (febrero de 2020).

Una voz. Muchas voces. Nosotras. Nosotres. Como ejercicio para comenzar este texto sobre feminismo, hago el intento espontáneo de dejar que en mi mente surjan palabras aleatorias, palabras que he escuchado, que escucho cada día. Me siento abrumada por la cantidad de bibliografía que existe, por los numerosos artículos, notas y posteos en redes que he estado leyendo estos últimos tiempos sobre feminismo. Entonces pruebo no forzar; es decir, no hago esfuerzo alguno para ordenar ni clasificar. Ahora empiezo de nuevo: Colectivo. Colectiva. Movimiento. Manifiesto. Lucha. Me detengo y hago todo lo posible por poner la mente en blanco –como quien hace un alto en una danza desenfrenada, mira su espacio y vuelve a poner el cuerpo en movimiento–. Es en este momento cuando surgen otras: Justicia social. Justicia feminista. Revolución. Sororidad. Encuentro. La mente está en blanco nuevamente y se me presenta una frase que me ha servido como leitmotiv: “Las revoluciones regresan, no son inéditas”. La he escrito en mi cuaderno, la he grabado en mi mente y allí se encuentra junto con todas aquellas otras palabras aleatorias. Pero esta frase representa algo que me ha ayudado a posicionarme, a elegir un pedazo de tierra, una baldosa desde donde pensar el feminismo, y así saber desde y hacia dónde moverme. Es a partir de ese enunciado que empecé a reconocerme en las mujeres que han hecho tanto a lo largo de la historia, en las que siguen haciéndolo hoy y, sobre todo, en esas pibas llenas de vida, de quienes –creo– es la revolución toda. Pienso, entonces, en las pioneras feministas y su lucha sufragista desde fines del siglo XIX; en Evita como símbolo de ese logro en la Argentina, donde, en 1947, se reconoce el sufragio femenino como derecho humano universal. La de ella ha sido una gran voz que se ha hecho escuchar. Un logro feminista. Luego de ese hito, hubo muchas voces más: las rebeliones culturales de los 60, la liberación femenina y, gradualmente, el abandono de la idea de mujer como perteneciente, de manera exclusiva, al ámbito privado del hogar para pasar, de ahí en más, a tomar posesión del espacio público, espacio históricamente concedido a los hombres. La invisibilización de las mujeres a lo largo de la historia –tanto en el ámbito privado como en el público, así como en el poder y en los círculos intelectuales– ha sido y es funcional a la maquinaria de producción constante del capitalismo y la globalización. Hace unos días una compañera me envió un trabajo artístico que dejó una huella profunda en mí. El trabajo trata sobre la ausencia de las mujeres en la historia del arte. Recientemente, la artista española María Gimeno realizó una performance, Queridas viejas, donde incluyó a las mujeres en el libro de Ernst Hans Josef Gombrich (1909-2001) –uno de los libros más importantes de esa disciplina–. La performance reivindica el lugar de las grandes artistas occidentales dentro de una historia del arte narrada sin censuras de género. Cuchillo en mano, María hace justicia incluyendo el trabajo de grandes artistas mujeres en un tomo de unos diez centímetros de espesor; corta, agrega páginas: aquellas páginas que faltan, que nos han robado, las páginas que nos hacían invisibles.

Y el impacto lo provoca ese reclamo: el de entrar, estar, convivir. No queremos escribir la historia feminista paralela, queremos estar junto a, integrarnos con, incluirnos, que nos incluyan.

Lo imposible solo tarda un poco más, decía una inscripción en una pared cerca de mi casa. 

Invisibilizarnos, negarnos nuestra voz, nuestro pensamiento, operar también sobre nuestros cuerpos constituye una práctica constante que se da en los distintos ámbitos de nuestra sociedad. Que quede claro: borrar o ignorar nuestras producciones artísticas e intelectuales constituye un acto de violencia.

“O Escultor e a Deusa”, 1995. Fotografía, 100 x 80 cm. Foto Emmanuel Fernández.

Entonces nos organizamos, hacemos, nos equivocamos, nos convocamos, nos dispersamos: lo cotidiano asedia, pero, si el horizonte es claro, se encuentra el espacio para estar, para escuchar a las otras, a les otres. 

Sin embargo, lo más doloroso que nos ocurre –y que atraviesa a toda América Latina– es la violencia de género: la violencia física, la verbal, la psicológica; la que conduce, finalmente, a que nos maten en silencio. Las cifras sobre femicidios en nuestro país y en Latinoamérica son escalofriantes. En la Argentina –según datos oficiales de 2019– cada 26 horas muere una mujer víctima de la violencia de género. La creación del colectivo feminista NI UNA MENOS en 2015 es fruto del hartazgo, es la reacción a una situación insostenible, que alberga la voz de TODAS gritando que nos queremos vivas. Como decía la poetisa Susana Chávez: Ni una muerta más, que las muertes de las mujeres no sean más una norma. Y allí, con NI UNA MENOS comienza esta red, esta marea que ha llegado hasta nuestros días con una fuerza cada vez más poderosa, y que ya no se detiene. Un despertar que nos llega, que nos impulsa como una brisa que se ha transformado en huracán, que nos ha sacado organizadas a las calles para pelear por nuestros derechos, para pedir por el aborto legal, seguro y gratuito, sabiendo que no nos daremos por vencidas hasta que logremos la igualdad.

Podría, entonces, hablar de mi despertar. Sucedió en 2018, ante los reiterados pedidos de justicia social; la conocida “marea verde” me arrastró a las calles. Pienso que ella va creando una conciencia social que es capaz de producir una profunda transformación política y cultural. En aquel momento sentí el fuerte impulso de acompañar, de brotar, de emerger y de formar parte del movimiento que estaba aconteciendo a mi alrededor. De organizame junto a muchas mujeres con las que, en la disparidad y en las diferencias, podíamos encontrar ideas en común y distintas formas de transitar el feminismo. Y siento, en cada paso que damos, que se trata de una construcción colectiva, de un nuevo saber hacer, de definir horizontes en una sociedad que busca desesperadamente justicia y derechos para las mujeres. Me enamoré de esas ideas. La idea de tolerancia, de inclusión, de diversidad y de crecimiento, de la posibilidad de un futuro más justo. 

Entonces nos organizamos, hacemos, nos equivocamos, nos convocamos, nos dispersamos: lo cotidiano asedia, pero, si el horizonte es claro, se encuentra el espacio para estar, para escuchar a las otras, a les otres. 

Consensuar, discutir, ceder, pensar en cómo hacer las cosas de una manera diferente. Crear, por sobre todas las cosas: nunca parar de crear, eso sí que no nos lo arrebatarán. 

La idea del encuentro y la fusión entre lo femenino y lo masculino. El ejercicio constante y colectivo sobre la construcción comunitaria de nuevas ideas sobre el feminismo y la exploración de dimensiones sociales cada vez más complejas es lo que me mueve en estos días. Consensuar un cambio de percepción que pueda desencadenar reacciones hacia diferentes realidades.

A todas las mujeres que me han despertado les estoy infinitamente agradecida, y aquí estoy, aprendiendo. Es el deseo como motor, el deseo de imaginar un mundo diferente. Estamos movidas, conmovidas, movilizadas, motorizadas por el deseo urgente de inclusión, de ser escuchadas, de poder decidir sobre nuestros cuerpos, de ocupar nuestro espacio y, por sobre todas las cosas, de tener una voz.